Tiempo al tiempo: RESEÑA DE VIVIR CONTRA EL TIEMPO
Por: Andrés Rodríguez R
Si algo hay que reconocerle al joven realizador tarijeño Edgar Ortega es la tenacidad que tiene a sus 23 años. Sin duda la historia personal del director de Vivir contra el tiempo es valorable. Desde pequeño y en medio de la pobreza, Ortega, se batió en la vida con un solo sueño: “Llegar a la pantalla grande”. Finalmente lo logró y analizamos la ópera prima del tarijeño, realizada en aproximadamente cinco años.
Vivir contra el tiempo cuenta la historia de María, una madre de familia a la que le diagnostican cáncer y que además es culpada por un crimen que no cometió. La protagonista recibe odio y desprecio de su familia. Ella lucha por salvar su vida, mientras sus hijos viven para morir. Venden droga, son pandilleros y atemorizan a la urbe cruceña en complicidad de un narco colombiano. María no sabe de dónde proviene tanta maldad.
El día de la premiere en Cochabamba, el director casi rompe en llanto una vez finalizado el metraje de su película. Explicó, como en la entrevista que nos concedió la anterior semana, que su cinta estaba lejos de ser perfecta y que estaba consciente de que muchas mejoras eran necesarias, tanto a nivel de formación profesional como a nivel técnico. Le doy la razón a Ortega. En efecto, su película tiene muchos fallos. Son atribuibles a su falta de experiencia y formación en el mundo del cine, mas tampoco es un pretexto como para no hacerlos notar.
Partamos por los apartados técnicos. Vivir contra el tiempo apela al formato de las novelas, sobre todo al más chabacano, donde los guiños al formato peruano, colombiano y mexicano se notan en una conjunción insólita. Aunque probablemente a más de un seguidor o seguidora de estas producciones pueda que le guste el filme y hasta lo disfrute. Hasta podríamos considerar a Vivir contra el tiempo como un intento de novela nacional altamente comprimido en un metraje de unas dos horas, que de haberse desarrollado en capítulos quizá hubiera quedado mejor.
La cinta abusa de la musicalización. Cada escena y secuencia va acompañada de una canción distinta que forma parte de un vasto soundtrack. El problema recala en que las pistas musicales son muy forzadas, encajadas a la fuerza para adecuarse a lo que cuenta la historia. Se dan unos cambios musicales muy propios de la radio de uno de nuestros “queridos” transportistas públicos. Así también, los saltos y cortes son muy bruscos. Los empalmes de los fragmentos de historias desentonan con la intencionalidad del relato y el buen desarrollo de la trama.
La historia por otro lado se torna muy melosa y predecible. El relato intenta mezclar toques de acción, drama, suspenso y comedia, sin que ninguno prevalezca. Todos los temas son desarrollados muy superficialmente. Ortega decía que su película lo tiene todo. Y en efecto es así, pero, como dicen, “el que mucho abarca, poco aprieta”. Subtramas como el narcotráfico, el uso de drogas, el romance y la enfermedad son demasiado frágiles. El guión ofrece diálogos que se estructuran a la fuerza. El director quiso imprimirle fuerza a su texto por la historia, las situaciones, el entorno urbano donde se desarrolla, pero en ocasiones el intento resulta muy obvio o fuera de foco.
Las mismas líneas del escrito de Ortega atragantan a sus personajes en momentos que estos pueden demostrar lucidez y credibilidad ante lo que estamos viendo. Algo que sí vale la pena destacar son los regionalismos que se utilizan en el contexto urbano de Santa Cruz. La experiencia de vida de Ortega al menos le da realismo a la jerga cruceña que se utiliza en toda la película, lo cual le da el golpe de autoridad y distinción a contadas situaciones cómicas, sobre todo a las incursiones femeninas del filme.
La actuación del elenco no es memorable. Considerando que se trata de primeras incursiones no se les puede pedir mucho a los protagonistas. Vale destacar a la actriz que interpreta a la hermana del personaje de Ortega, que entre la ingenuidad y sus aspiraciones de grandeza se lleva la flor, y una que otra risa autoinflingida.
Ortega dice que trató de imitar la estructura de las cintas de Alejandro González Iñárritu, inspirándose en Amores Perros y Babel, pero no logra conseguir la profundidad del espíritu de los personajes del mexicano; tampoco el hilo argumental. Es claro que no hay punto de comparación de un realizador con el otro. El hilo argumental de Ortega sin embargo podía estar más nutrido y reforzado por situaciones más profundas y fuertes. Las que el tarijeño recoge se tornan infantiles, light, muy pop, hasta para la mejor de las tramas novelescas con Thalía a la cabeza.
El director dijo que con su película quería complacer a la gente con lo que le gusta y busca en la televisión o en una película. Creo que el error pasa también por ahí ¿En qué momento Ortega deja su visión y concepción personal por un matiz comercial y de aceptación general masiva?
Lo que de alguna forma me consuela es que Ortega no es uno más de los tantos realizadores nacionales que surgen hoy en día con la vitola de “crack” del celuloide. Es un joven modesto, sencillo y sobre todo autocrítico, consciente de sus falencias y limitaciones a la hora de hacer una película. Admite que todavía está en proceso de formación, y me consuela que admire a Marcos Loayza y Juan Carlos Valdivia. El realizador tarijeño tiene mucha carrera por delante y le tomo la palabra a su promesa de mejorar. Tiempo al tiempo con la carrera y futuro de Ortega. Ganas, entusiasmo y dedicación parecen no faltarle. Hay que aplaudir su tenacidad para llevar su cinta a la gran pantalla, aunque sea un producto a medias que no apuesta fuerte por un desarrollo más profundo de trama.
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